Según Marx, la fuente básica de cualquier valor es la cantidad de tiempo de trabajo socialmente necesario requerida para producir un objeto (1867/1967:75). Esta idea es parte de su concepto “valor del trabajo”. A partir del nacimiento de la estratificación social, como consecuencia de la creación de excedentes en el neolítico, surgiría también la explotación laboral. La sustracción de la energía laboral por parte de una clase dirigente, significó que unos trabajarían para otros y unos vivirían sin trabajar. Unos gozarían de los placeres terrenales, mientras otros padecerían el infierno en la tierra. “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente”…y también el nuestro, una gran profecía, sin duda. Si tuviéramos que hacer un símil y ponderar esta apropiación energética, podría equivaler a lo que Marx llamó plusvalor (1867/1967:207), el mayor secreto guardado por el capitalista del siglo XIX (y el de ahora).
Apoyándome en el lúcido artículo del Antropólogo Isidoro Moreno, “Globalización, Mercado, Cultura e Identidad” (2002/2000-2003), voy a intentar disipar, por unos momentos, esta niebla que nos envuelve y no nos deja ver la realidad. Nuestra sociedad, cubierta de un “tótum revolútum” de “oropeles” y “cacharros”, de “sueños plastificados” e inusitada indiferencia, nos está alejando cada vez más de los valores que nos hacen más humanos, para convertirnos en devotos de los fetiches modernos: las mercancías y el dinero, éste último cada vez más escaso en su forma líquida.
Antecedentes históricos
Isidoro Moreno, en el citado artículo, clasifica la historia de la globalización en tres ofensivas que han tenido lugar en momentos diferentes.
Moreno nos habla de una ola religiosa en el siglo XV-XVII, otra política a partir del siglo XVIII con la imposición de los estados nación, más adelante el socialismo y por último la globalización del mercado desde hace unos 20 años.
Estas oleadas han estado relacionadas de una forma o de otra con la economía. ¿Acaso los religiosos de la compañía de Jesús no aprovecharon las rutas comerciales que abrieron los portugueses y españoles para llevar la palabra de Dios a todos los rincones? (incluidos arcabuces) o ¿acaso el modelo de estado-nación no sirvió para racionalizar la vida económica a través del centralismo, el cobro de impuestos o las grandes infraestructuras que facilitaban la vida a un estado cada vez más despótico y una burguesía cada vez más poderosa?
La nueva oleada capitalista, en su forma globalizada, llega con unas características acordes con los tiempos. Una racionalización desmesurada copa todos los dominios de la vida económica: el transporte de personas, mercancías y capitales, la avanzada tecnología industrial y de procesamiento de datos, la ciencia de los materiales y por supuesto, la eficiencia en la mano de obra a consta de salarios cada vez más bajos y jornadas cada vez más largas.
Globalización e interdependencia
Durkheim en su libro la división del trabajo social (Durkheim, 1893; Gibbs, 2003), nos habla, partiendo de su clasificación de sociedad mecánica y orgánica, que la sociedad moderna no se mantiene unida por las similitudes que comparten las personas que se dedican básicamente a lo mismo, sino que es la misma división del trabajo la que agrupa a las personas obligándolas a que dependan unas de otras. Pudiera parecer, que la división del trabajo es una necesidad económica que corroe el sentimiento de solidaridad”, pero Durkheim (1893/1964:17) sostuvo que “los servicios económicos que pueden producirse son insignificantes comparados con el efecto moral que generan y su verdadera función es crear un sentimiento de solidaridad entre dos personas o más”. Con esta visión positivista e inocente de la sociedad como una entidad cada vez más heterogénea y solidaria, Durkheim hacía referencia a la sociedad de su tiempo. Si intentamos aplicar esta idea a la sociedad actual, a nuestro mundo globalizado, parecería una broma de mal gusto. En la actualidad, la división del trabajo transciende fronteras. En un país crían ovejas, en otros hilan, en otros tejen y en otros empaquetan y le estampan la marca. En esta fábrica global, cada país, cada región o cada pueblo, tienen “su papelito”. F. Taylor en la última década del siglo XIX proponía dividir las tareas en crono-porciones de trabajo cada vez más pequeñas, de forma que no fuese necesario que ningún trabajador se comportase en las fábricas siguiendo el modelo de los artesanos en sus talleres, es decir, que estuviese pendiente de todo el proceso (Coriat, 1982). De esta forma, el taylorismo, abogaba por sustituir trabajadores especializados por otros más baratos sin especialización. Como dice Isidoro Moreno, “la era de la interdependencia”.
Esta concepción ingenua, de una especie de cooperación mundial que nace del espíritu del intercambio comercial, no es tal. Son las grandes corporaciones multinacionales las que han diseñado este modelo para su propio beneficio.
Construcción de ideologías
Toda esta estrategia de drenaje de fuerza laboral va acompañada de la construcción de ideologías que nos alejan de la lógica humanitaria. Valores como la solidaridad, la reciprocidad, la amistad desinteresada, la fidelidad, la sociabilidad o el respeto por la naturaleza, son conceptos que solo se ven en campañas navideñas. Quizás para hacernos cumplir con los valores arriba citados, como una necesidad humana que hemos estado realizando durante millones de años. Lamentablemente, también las ayudas al tercer mundo pueden estar cayendo en saco roto. El actual control de las ONGs y de la ayuda humanitaria, al servicio de las grandes corporaciones y del neoliberalismo y en detrimento de los estados, quizás estén manteniendo una situación que les conviene. Las poblaciones del tercer mundo no son las protagonistas de su propio desarrollo a la vez que se aplacan reinvindicaciones étnicas y las ubican dentro del terreno politicamente correcto (Moreno Feliu, 2011:441-444).
Para Marx la creación de ideologías era crucial para que el sistema se sustentase. En el capitalismo, las personas están dominadas por las relaciones capitalistas que parecen ser objetivas y naturales, y por tanto no se perciben como una forma de dominación. (Marx, 1857-58/1974:652).
En el mejor de los mundos posibles, las ideologías alienan a las masas de la realidad. Como una religión, en aras del libre mercado y de la libre competencia, los trabajadores deben apretarse el cinturón, trabajar más, hacerlo más eficientemente y conformarse con sueldos cada vez más bajos. En unos casos, son programas motivacionales o cursos de inteligencia emocional y en otros, cánticos patrióticos o unos minutos de baile en plena calle, como los que se pueden observar en algunas empresas japonesas. Todo es válido para que el “molino satánico” siga dando vueltas.
El trabajador como consumidor, queda también cegado por las luces de neón y la posesión de cientos de cacharros innecesarios. Éstos se compran compulsivamente, llegando desde el otro lado del mundo, desde el “tercero”. El fetichismo de las mercancías fomenta la explotación de millones de personas sin ningún derecho laboral a miles de kilómetros de distancia. Autores como Simmel avisaban sobre el peligro de lo él llamo la cultura objetiva. Para K. Peter Etzkorn en la dialéctica simmeliana, “el hombre está siempre en peligro de ser asesinado por esos objetos de su creación que han perdido su factor común humano orgánico” (1968:2).
Esta construcción de ideologías descafeínan la realidad con nombres rimbombantes y eufemismos: productividad, eficiencia, eficacia, cultura corporativa, lealtad…Se evitan términos como explotación, supresión de derechos, alienación laboral, dependencia económica, extorsión o miedo. La motivación mediante el “aprecio” del trabajador pretende reducir gastos laborales a coste cero, no hay nada más económico que “una palmadita en la espalda”.
Mientras el sistema no colapse, es difícil desvelar su verdadera naturaleza. La ideología liberal colma todos los intersticios: en la escuela, en los medios de comunicación… Lo único viable, la verdad más absoluta. Cada mañana, en cualquier café, personas anónimas repiten las consignas del sistema, escuchadas la noche anterior en cualquier debate televisivo.
El papel del estado-nación.
Como bien nos apunta Isidoro Moreno, un hecho contemporáneo a la globalización capitalista, es la fragmentación de las soberanias nacionales.
Los estados nación hace tiempo que empezaron a ser un estorbo para el gran proyecto mundial. Países donde el Corán es la fuente de las leyes, con fuertes dosis de moralidad no están por la labor. Tampoco lo están ciertas dictaduras de distinto signo político. Regímenes nacionalistas como el de Gadafi o Sadam Hussein iban a ser blanco de todo tipo de artimañas para su sustitución.
En las “democracias” liberales, los ataques van dirigidos a los pequeños partidos que no comulgan con el sistema. Partidos como los nacionalistas, los de “extrema izquierda” o los “extrema derecha” son alienados por leyes hechas a medida de los grandes partidos o simplemente ignorados por la prensa y el sistema.
La gran hermandad capitalista-financiera mundial, iba a crear ciertas entidades supranacionales que poco a poco dictarían las normas a seguir (FMI, Banco Mundial, OMC o Banco Central Europeo).
Los partidos políticos nacionales solo son parte de una gran farsa. Se enzarzan en peleas más propias de reuniones de vecinos, carentes de contenido ideológico propio. Una clase política corrupta a espaldas de los ciudadanos que solo reciben y ejecutan órdenes desde el exterior.
Los negocios más rentables, antes en manos de los estados, ahora se dejan en manos privadas con la excusa de aumentar su eficiencia (agua, energía, tráfico aéreo…). Esta privatización de servicios básicos igualan en naturaleza a las mercancías ficticias de Polanyi (1947,107-116): el trabajo, la tierra y el dinero.
El poder financiero internacional se ha dotado de una serie de instrumentos para la sumisión de ciudadanos, empresas y países al completo. La venta del dinero a interés, una de las mercancías ficticias de Polanyi, cíclicamente se expande en forma de créditos baratos a todos los sectores de la sociedad. Una vez que las deudas están bien asentadas, se generan crisis ficticias, brotando los impagos y ejecutando las garantías de los créditos. Bienes tangibles o derechos de explotación sobre empresas estatales o privadas de gran rentabilidad a cambio de una mercancía ficticia, el dinero. Millones de ciudadanos serán llamados a apretarse el cinturón, para pagar con sus “riñones”, el desbarajuste generado por la clase política. Esto se traduce en más drenaje de fuerza laboral y la venta, por parte de los estados, de las empresas y servicios más rentables y de concesiones de explotación de todo tipo de recursos.
Cultura global
Isidoro Moreno focaliza en su artículo, una de las herramientas más potentes utilizada por los “Think tank” de la globalización, la expansión de una uniformidad cultural representada en una única forma de percibir, categorizar e interpretar el mundo. Para su expansión disponen de toda una batería de medios de comunicación que llevan su doctrina a todos los rincones del planeta: televisión, prensa, radio, cine y más modernamente Internet. Una corriente de pensamiento única que no solo se dispersa a través de ”las grandes autopistas”, sino que también lo hace por “sendas de animales”, a través de los llamados medios alternativos. Los llamados medios alternativos, a veces, son utilizados para canalizar el enfado, el inconformismo. El ciudadano se agarra a un “Lo sabía” y es incapaz de generar una verdadera corriente alternativa.
Los grandes medios de difusión cultural están en manos de unas pocas corporaciones que solo atienden a un único guion, “The American way of life”. Al mismo tiempo que se produce el vaciamiento cultural de los pueblos. Un desarraigo y un desapego de la cultura nacional para un más fácil control.
¿Algún rayo de esperanza?
Isidoro Moreno basa la globalización en cuatro pilares básicos. Me referiré al primero de ellos, la creencia que la ciencia y la tecnología podrán proporcionar crecimiento económico indefinido. Como muy bien puntualiza Moreno, existen límites objetivos a la explotación de los recursos naturales, incluidos los energéticos. Según Marx, los capitalistas han financiado aventuras coloniales para aligerar la carga de explotación dentro de su propio país y trasladarla a sus colonias (1867/1967:10). Los capitalistas bajo presión competitiva son obligados a intentar la reducción de costes de forma continua a base de la succión energética de recursos y mano de obra. La sustitución de ésta última por máquinas y la racionalización del trabajo, desembocan en una reducción del consumo, que únicamente pueden compensarse con más recursos naturales a bajo costo. Como éstos tienen límites, el sistema tiende al colapso.
Isidoro Moreno nos propone pensar y actuar glocalmente, esto es, pensar globalmente y actuar localmente. Rechazar el globalismo y el localismo como ideologías.
Muchos han visto en el sector informal una salida o en lo que Polanyi llamó economía sustantiva, incrustada en lazos de parentesco. Estos fenómenos pueden tener un peso muy importante en la vida económica. Aún siendo así, el margen de movimientos de este tipo de economía dentro de un sistema global tan omniabarcante es discutible. Meillassoux (1972:94) dio a entender que el sector informal constituye una reserva de trabajo barato con la ventaja de que los gastos de reproducción de los trabajadores son pasados al sector informal. Aunque este tipo de economías podemos encuadrarlas en las estrategias de las unidades doméstica (Moreno Feliu, 2011: 307), no hay que olvidar que se encuentran sumergidas en una economía globalizada. Para que la economía informal sea un alternativa, es preciso que logre desamarrase del discurso dialéctivo que mantiene con la formal.
Un esfuerzo altamente sugerente en este sentido, podemos descubrirlo en la Argentina post-corrralito (Hintze, 2003). A mediados de los años 90 nacieron grandes redes de trueque con millones de ciudadanos interactuando fuera del sistema. Disponían de sus propias monedas, llamadas créditos, vales… Sin la utilización del dinero oficial, la desconexión era obligada. Aunque una vez superado lo peor de la crisis, las redes de trueque entraron en decadencia, han sido un ejemplo de que otro sistema es posible, una forma original y eficaz de organización económica popular. Para que algo pueda declararse dinero, solo tiene que ser reconocido por los actores del intercambio. Moreno Feliu (2011:303-329), en su libro “El Bosque de las Gracias y sus Pasatiempos”, nos cuenta la historia del Cauri, unas conchas de animales marinos que en la antigüedad fue utilizada como dinero. Procedentes de las islas Maldivas, eran utilizadas en sitios tan lejanos como el África occidental. Medio de pago y de cambio, un dinero en toda regla.
Recapitulación
A lo largo de la historia, la explotación de la fuerza laboral ha ido camuflándose de distintas formas. La utilización de ideologías que legitiman la desigualdad, ha sido un instrumento necesario útil para ello. Monarquías, imperios, dictaduras o democracias liberales han tejido toda una estructura donde las desigualdades se vuelven plausibles y necesarias.
En la actualidad, nuestros explotadores se han dotado de una invisibilidad antes desconocida. Pueden encontrarse a miles de kilómetros de distancia, en lujosos despachos de la City londinense o en Wall Street. Salvando las distancias y gracias a la tecnología, un mundo interconectado globalmente está a su disposición. Herramientas de control masivo en forma de cámaras, bases de datos, redes sociales, controles aeropuertuarios y un largo etcétera.
Aunque invisibles, sus efectos pueden apreciarse con toda nitidez en lugares lejanos, en el llamado “tercer mundo”. La deslocalización de empresas lleva al límite el concepto de plusvalor. Igualmente, sus tentáculos, al ser globales, también abrazan nuestro mundo, “el primero”. La antigua protección estatal está muy mermada. Las grandes corporaciones empresariales y financieras disponen de un poder omniabarcante en detrimento de los dirigentes nacionales. Se legitiman a través de organismos supranacionales como el FMI, el Banco Mundial, etc.
La lucha por la supervivencia, activa la imaginación de los oprimidos. El sector informal, en los límites del sistema, pretende ser una alternativa. Pero a cambio, se pierde la protección estatal, víctimas de sueldos más bajos y jornadas más largas.
En pleno debate sobre si el sector informal es una alternativa o más bien es la puerta trasera del sistema capitalista, nacen grandes sistemas alternativos como las redes de trueque en Argentina. Ejemplo paradigmático de que otro mundo es posible.
Bibliografía
Coriat, Benjamin
1982, El taller y el cronómetro, Mexico D.F., Siglo XXI Editores s.a. de c.v.
Durkheim, Emile
1893/1964, The Division of Labor in Society, New York, Free Press.
Etzkorn, K. Peter
1968, Georg Simmel: The Conflict in Modern Culture and Other Essays, New York, Teachers College Press.
Hintze, Susana
2003, Trueque y Economía Solidaria, Buenos Aires, Prometeo Libros
Marx, Karl
1857-1858/1974, The Grundrisse: Foundations of the Critique of Political Economy, New York, Random House.
1867/1967, El Capital. Crítica de la Economía Política, Nueva York, International Publishers.
Meillassoux
1972, From Reproduction to Production: A Marxit Approach to Economic Anthropology, Londres, Economy & Society.
Moreno, Isidoro.
2002, La Globalización y Andalucía. Entre el Mercado y la Identidad, Sevilla, Ed. Mergablum.
2000-2003, diferentes trabajos del autor.
Moreno Feliu, Paz
2011, Entre las Gracias y el Molino Satánico, Lecturas de Antropología Económica, Madrid, UNED
2011, El Bosque de las Gracias y sus Pasatiempos, Madrid, Editorial Trotta.
Polanyi, Karl
1947, La Gran Transformación, Buenos Aires, Editorial Claridad.